jueves, 13 de enero de 2011

Charla en el Unión

-Son todas iguales. ¡Las minas son todas iguales!

Julio lo decía reforzando la “s”, con bronca, mientras masticaba el pucho que tenía en la boca. Los demás asentían, algunos exagerando el movimiento con la cabeza para demostrar una total convicción en aquella apreciación. Otros, quizás menos dolidos, apenas soltaron un “y sí” mientras observaban sus vasos recién llenos con la sexta cerveza.

Las noches en el Unión eran tradicionales. La gente se acercaba allí por varios motivos, ya sea por los precios bajos, por la música que pasaban o, simplemente, porque era un lugar para encontrarse con conocidos. Y en efecto funcionaba así. Uno salía a hacer lo que fuera, ir a un recital, juntarse a festejar un cumpleaños, jugar al fútbol, caminar por la costanera, ver una obra de teatro, lo que fuera, y después sabía que si caía al Unión, a alguien, a alguien, iba a encontrar. De la facultad, de la secundaria, del barrio, de la murga, siempre a alguien iba a encontrar.

Más aún si, como ese grupo de ex compañeros del Nacional, se solían juntar todos los viernes a la noche a charlar. Por lo general había seis o siete. Una vez, una de las primeras veces en que organizaron para re encontrarse, llegaron a ser quince, pero luego la asistencia fue mermando. Algunos iban un viernes y al otro no. Otros se mandaban siempre. Y por lo general había uno o dos nuevos, que por alguna razón habían decidido sumarse circunstancialmente, pero que luego no repetían. Había algo, eso sí, que restringía el acceso al grupo: las mujeres estaban vedadas. Explícitamente era por una mera cuestión machista, se trataba de una reunión de “los vagos” y por lo tanto no estaban permitidas ex compañeras, amigas, hermanas, novias y, menos aún, esposas. Pero implícitamente, sabían ellos, era más por una cuestión de defensa que por una actitud sectaria: esas reuniones resultaban exquisitas terapias de grupo. Y es que, tarde o temprano, en algún momento de la noche alguien sacaba el tema y entonces comenzaban las anécdotas sobre mujeres. Y luego pasaban horas. Largas horas de discusión, de consejos, de monólogos, de chistes y, de a ratos, desasosiego. Pero aquella noche de fines de enero, uno de esos insoportables días de enero donde la ciudad se asemeja a un horno, llegó a la mesa una historia extraña, inédita, que los dejó a todos pasmados.

Era la una de la mañana. Julio, el Polaco, el Negro y Yiru habían llegado temprano, cerca de las once, y ya habían estado discutiendo largo rato sobre los pormenores de las incorporaciones de Boca y River. Estaban sentados afuera, bien en la puerta. En eso, vieron llegar a Sergio apurado, caminando rápidamente por San Lorenzo. Se paró en la esquina, leyó algo en su celular, giró la cabeza y al hallar a sus amigos sentados, se dirigió rápidamente a sentarse junto a ellos.

-Ehh, Sergio. ¿Cómo va? Tenés una cara de asustado…. - Soltó el Negro, mientras con una mano lo saludaba y con la otra le ofrecía un vaso de cerveza a medio llenar.

-Qué dicen che – arrojó Sergio, jadeante- no saben lo que me pasó.

Su rostro tenía una expresión encendida y, a la vez, perdida. Como con una mezcla de exaltación y temor. Se sentó, tomó un sorbo y después respiró unos segundos. Los demás se miraban.

-¿Qué te pasó boludo? Estás todo transpirado. ¿Viniste corriendo? - dijo Yiru, mientras buscaba con la mirada a la moza para pedirle otro vaso.

-Sí. Vengo de Villa Sarita, cerca del parque Paraguayo.

-¿Y por qué corriendo? – dijo sorprendido Julio, al mismo tiempo que prendía un cigarrillo.

-Es que…

-Pará, no digas nada… Una mina.

-Sí, sí, una mina.

-¿Pero qué pasó? Ya sé. ¿Estabas con la mina, cayó el novio y casi te caga a palos? – dijo impaciente el Polaco.

-No, no.– Sergio se iba tranquilizando- No. Recién me despierto de anoche. - Los otros se miraron mucho más sorprendidos.

-¡Ah bueno! – gritó el Negro- ¡terrible fiesta te mandaste! Ahora tenés que contar.

-¡Qué fiesta! – dijo enfadado Sergio- Ojalá me hubiera enfiestado. Voy al baño y les cuento.

Los demás lo vieron levantarse y caminar para adentro. Al Polaco le pareció ver renguear a Sergio, pero prefirió no decir nada. Ya habían estado tomando bastante y quizás era una ocurrencia suya nomás.

-Bueno, les cuento.

Tras esa oración, los otros se acomodaron en las sillas. Incluso hasta Yiru se puso los anteojos, como en señal de prestar atención.

-Anoche fui al reci de Natural.

-¡El recital de Natural! – dijo el Polaco y se pegó la frente- Cómo me olvidé boludo. Y vos, Julio, ¿no fuiste? Me hubieras avisado.

-No boludo, si te dije que tenía que laburar.

-Ah, sí sí, cierto. ¿Qué tal estuvo, Sergio?

-Muy bueno. Fue ahí, en la casa de Roque. Por Tacuarí derecho. Había mucha gente. Yo estaba con el Flaco, Serafín y Julieta, nos juntamos a morfar algo y después nos mandamos. La cuestión es que en un momento, cuando ya había terminado todo y seguía la joda con música, ví entrar una mina rara, preciosa, que les juro que nunca había visto en ningún lado.

-¿Estaba sola?

-Sí, eso era lo más raro. Eran como las tres de la mañana y cayó sola.

-Bueno, no es tan raro che.

-No, no, ya sé. Pero lo raro es que… - dudó unos segundos, miró a los ojos de sus amigos para hacer su relato más verídico- Les juro que…la mina apareció.

-Y sí, cayó. Andá a saber, por ahí era del barrio y le copó la onda.

-No, no. Lo que digo, es que apareció. Se apareció. De repente, apareció en la puerta, como si se hubiera teletransportado.

Yiru largó una carcajada, el Negro estaba tomando e hizo lo posible para no escupir. Fue entonces Julio quien habló:

-Dale boludo, nosotros acá escuchándote y vos te salís con lo de la teletransportación.

Sergio se puso serio, mucho más serio que de costumbre. Miró a Julio desafiante, enojado, como ofendido por sus palabras.

-No pelotudo, en serio les estoy hablando. Miren, ya sé que suena raro, pero por favor déjenme contar la historia y después ven si me creen o no.

-Está bien, Sergio. – agregó Yirú, con un poco de culpa.— Es que…¿teletransportación?

-Qué se yo. No sé, era una manera de decir. La mina se apareció. Yo veía bien la puerta y en ningún momento caminó por la calle para entrar. Simplemente se apareció.

-Qué raro. – dijo el Negro, con incertidumbre y mirando al Polaco, que parecía pensativo. - ¿Qué onda Polaco? ¿por qué esa cara?

-Nada. Es que estaba pensando. Qué se yo. Acá en Posadas pasan cosas bizarras.

-¿Cómo cosas bizarras?

-Sí, pasan cosas bizarras, sobretodo de noche. ¿No les pasó alguna vez de terminar tomando una birra en un lugar que nada que ver, con gente que nunca se imaginaron que compartirían un espacio?

-Sí. – acotó Julio, reflexivo- Como aquella vez que terminé en Dejá Vú con el chabón de la Muni, el periodista de Canal 6 y la holandesa esa que estaba estudiando Antropología. Les conté, ¿no? Todavía no sé cómo terminamos los cuatro juntos, si ni nos conocíamos.

-Por eso. – agregó el Polaco- Todo el tiempo pasan cosas bizarras en Posadas. No sé. Por ahí lo de la teletransportación…

-Qué se yo. – continuó Sergio, que había escuchado con atención el diálogo entre el Polaco y Julio- A mi me pareció como si se teletransportara. La cagada es que nadie más se percató de eso. Cuando entró, yo me fijé alrededor buscando alguna mirada cómplice, pero todos estaban en la suya. La mina esta estaba buenísima, pero les juro que nunca la había visto.

-¿Cómo era?

--Era preciosa. Morocha, tenía un pelo lacio que le caía hasta los hombros, parecían de seda. Unos ojos verdes impactantes, unas facciones perfectas, sonriente. Tenía una remera azul oscura y una pollera violeta. La chabona me flasheó.

-¿Y qué onda?

-Bueno, estaba como perdida, entró pero se quedó dando vueltas por ahí nomás, en la puerta, evidentemente no conocía a nadie. En un momento giró la cabeza para donde estaba yo y parece que se dio cuenta que la estaba mirando.

-Y sí boludo, si vos seguro te la estabas garchando con la mirada. Más evidente sos…

-¡Y bueno! Te quiero ver a vos frente a ese minón…pero no, en este caso no. La verdad que estaba contemplándola, era demasiado hermosa para ser real. Lo más copado de todo es que cuando se percató de mí, empezó a acercarse sonriente.

-¡Capá’ nomá’! – soltó Yiru, sorprendido.

-Te juro. Vino y me preguntó si se podía sentar al lado mío, yo estaba en un silloncito que había. Por supuesto que le dije que sí y le invité la birra.

-¿Cómo se llamaba?

-Bueno, ahí sigue lo raro. La mina tenía toda la onda, les juro que me tiraba toda la onda. Cuando le pregunté el nombre, me cagó: Yrisheva me dijo.

-¡Cómo? – preguntó el Polaco, totalmente extrañado.

-Sí boludo, Yrisheva se llamaba. Obviamente que le pregunté de qué origen era y me dijo que lituano. O letono, no me acuerdo bien. Lo cierto es que nos quedamos hablando como una hora, re bien. La mina era super simpática. Y, ahora que lo pienso, es raro porque parecía como si el resto de la gente no nos veía. Desde que me puse a hablar con ella, nadie más se acercó, ni siquiera para convidar un vaso, nada.

-Y bueno, te dejaron para que la encares.

-No, no. Porque incluso me acuerdo que en un momento Julieta le preguntó a los chicos “¿y Sergio? ¿a dónde se metió?” y miró para todos lados. Yo le hice un gesto con la mano, pero ella parece no haberlo visto.

-Qué raro.

-Sí, sí. Y eso no es todo. Cuando eran tipo cuatro y media, ya la joda se estaba medio que terminando. Y la piba me dice: “¿no querés venir a mi casa? Ahí tengo un vino sin abrir”.

-¡Weee! – soltó el Negro, sonriente- te apuró todo la mina. Se ve que estaba re caliente la loca. Por favor decime que esta vez no mandaste fruta y aceptaste la invitación.

-Obvio boludo. Y escuchen lo que pasó. Por favor no digan nada hasta que yo termine. Les juro que no estoy inventando. Cuando la mina me tiró esa, obviamente que acepté y le pregunté dónde vivía. Ella me dijo que en Villa Sarita, a una cuadra del Parque Paraguayo. Yo empecé a putear adentro mío porque tendríamos que caminar como media hora. Pero en eso, de la nada, la chabona agarró y me comió la boca. – Los otros se quedaron totalmente perplejos- Les juro que me comió la boca. Fue un beso inolvidable. Fogoso, totalmente fogoso. Sus labios tenían un gusto indescriptible, eran suaves, como una brisa. El aroma de su pelo…¡Ufff!...¡pero acá viene lo más increíble! Obviamente que cuando me zampó el beso, cerré los ojos y le mandé para adelante. Pero cuando terminó, cuando abrí los ojos… ¡ya no estábamos más en la fiesta! – Ahora los rostros de sus amigos mostraban total confusión - Les juro que no estábamos más en la fiesta. Aparecimos en un living chiquito, en un sillón diferente, más alargado, rodeados de sahumerios y envueltos de silencio.

-No jodás. – Dijo Yiru, preocupado.

-Se los juro. Yo no entendía un carajo, se imaginarán. Pero cuando quise preguntarle qué onda, la tipa agarró y me puso el dedo en la boca susurrándome un “shhhh”. Y no pude hablar más. ¡No pude hablar más! Quería decir algo pero no me salían las palabras – Los ojos de Julio estaban abiertos de par en par, evidentemente no entendía nada de lo que Sergio estaba contando y tan sólo escuchaba boquiabierto. Los demás, ya ni siquiera recordaban que tenían los vasos de cerveza llenos- La mina se paró, fue hasta un estante y sacó una botella de vino. Ahí fue cuando descubrí entre nosotros una mesita ratona con dos copas y un destapador. Ella abrió y sirvió. Mirándome con esos dulces ojos verdes, me invitó a beber. Y yo, por supuesto que sin entender ni mierda qué estaba pasando, simplemente bebí. – Hizo una pausa, tomó un trago de cerveza y prosiguió- Después de eso, la tipa se acercó a mí, sonreía, era hermosa. Me dio otro beso y comenzó a sacarse la ropa.

-A la mierda.

-Yo por supuesto que seguía sin entender nada. Por un lado quería saber qué era todo eso, lo del cambio de lugar, lo de mi voz que había desaparecido, todo. Pero por el otro, la tenía a ella, a una mujer extraordinariamente bella, desnudándose y a punto de entregarse. Era como un sueño. Pero les juro que no estaba soñando. Si hasta se me había pasado todo el efecto del alcohol.

-¿Y qué pasó?

-No me lo van a creer. Ella ya estaba completamente desnuda. Era un cuerpo precioso, una piel brillante, con unas tetas carnosas y unas curvas que…¡qué mierda! Yo estaba duro, en todo sentido – Sonrió cómplice a sus amigos, que ni se inmutaron - Y ella empezó a desprenderme los botones de la camisa. – Las caras de los demás empezaron a mostrar ansiedad ante esa historia cada vez más extraña y sensual.- Y en eso, se escuchó un golpe fortísimo, como de una puerta. Por primera vez en la noche, la vi dudar. Sus ojos ya no transmitían pasión sino incertidumbre. Se quedó quieta, oyó a lo lejos y rápidamente se volvió a vestir.

-¡No me digas!

-Te juro. Al instante, escucho otro golpe fuerte y entra por una ventana un tipo de unos cincuenta y pico de años, con pelo tupido, enrulado, negro, una barba larguísima. Era alto, bastante alto. Y flaco. Estaba vestido con algo que parecía una túnica, era raro. Y una cara, ¡una cara! Fruncía el entresejo. El tipo estaba recontra enojado.

-¡Te dije! Era el novio que te venía a cagar a trompadas.

-No, no. No era el novio. Era el padre.

-¿El padre?

-Sí, eso creo. El tipo entró enojado. Y empezó a gritarle a la tipa esta, hablando en un idioma extraño, haciendo gestos exasperados señalando la botella de vino y el sillón.

-¿Y a vos te vio?

-Supongo que sí, pero parece que no me dio mucha importancia. Lo cierto es que ella había cambiado, estaba acongojada, como si se hubiera mandado una cagada. Le dijo algo por lo bajo, también en ese idioma extraño y él se tranquilizó un poco, dio media vuelta y volvió a salir por la ventana. Después, la piba giró hacia mí, dubitativa. Sus ojos parecían esconder lágrimas. Se acercó, y así como estaba, parada, se agachó y me dio otro beso.

-¿Y? – dijeron los otros cuatro al unísono.

-Y ahí me dormí. Y me acabo de despertar, hace un rato, antes de venir para acá. Me desperté y estaba tirado en el sillón, sólo. Vestido. Me levanté y empecé a buscarla, no estaba en el living, así que miré por la ventana, que da a una escalera y un lavadero, pero no la encontré. Grité su nombre varias veces. No saben la alegría que sentí cuando me di cuenta que había recuperado el habla. Pero en un momento volví a escuchar un golpe, como el de la madrugada, y entonces salí rajando.

Los demás se quedaron atónitos. Por varios minutos nadie habló. El Polaco miraba su vaso, perplejo. Julio fumaba. Yiru, el Negro y Sergio, preferían observar la calle. Después de un buen rato, Julio se acomodó como preparándose para decir algo y los demás volvieron a concentrarse en la reunión. Entonces Julio tomó un sorbo de cerveza y habló con voz pausada, mirando hacia la calle y jadeando la cabeza:

-Iguales. Las minas son todas iguales.