domingo, 26 de abril de 2009

Cumpleaños del Fútbol

Si hay algo que pueda definir al fútbol, creo que es muy difícil que lo encontremos en las palabras. Las palabras construyen mundos, está más que claro, pero muchas veces le escapan a los sentimientos. Y es ahí donde está ubicado el fútbol, en el orden de los sentimientos. ¿Cómo explicar, sino, las multitudes apasionadas que acompañan a sus equipos domingo tras domingo? ¿cómo explicar, sino, que miles y miles de personas decidan destinar quizás su único día de descanso para disfrutar de este deporte?

Gol. Penal. Falta. Guillermo. Enzo. Diego. Frías combinaciones de letras que cobran vida al ser pronunciadas, no desde el cerebro, sino desde el corazón. Al fútbol es difícil explicarlo, porque es más fácil sentirlo. Desde la intelectualidad no han sido pocos los que lo miraron con desdén, como si allá arriba, en la racionalidad, no hubiese tiempo para un picadito. No saben lo que se pierden.


La gente ya no se abraza, o lo hace cada vez menos. Bueno, el fútbol es uno de los pocos motores colectivos que aún insisten en juntarnos en un abrazo, en un cántico, en una lágrima de emoción. Brazos en altos, remeras atrapadas entre las manos y sacudidas al viento cual aletas de un helicóptero, torsos desnudos gritando al unísono “olé olé olé / olé olé olé olá / olé olé olé / cada día te quiero más…”, momentos inolvidables.


Y los ídolos. Esos cuya sola mención nos hace sonreír. Los ídolos son seres bi-temporales: son de ahora, pero también de ayer. Labruna era el ídolo de la Máquina, pero Labruna también es ídolo de River hoy. Rojitas era ídolo xeneize en su tiempo, pero también lo es ahora.


Seres bi-temporales y universales. El Bocha es ídolo del Rojo para un pibe de Avellaneda, pero también para un muchacho al que la vida lo depositó en Finlandia, por decir algo. La palomita de Poy la recuerda un canalla en su Rosario querida, pero también la rememora con alegría incontenible una canaya (homenaje al maestro Fontanarrosa) que vive en Nueva Orleáns (homenaje al jazz). El ídolo es aquel que nos hace sentir felices de ser hinchas, felices de amar al fútbol. Por calidad de juego, por garra, por fidelidad a la camiseta, por aparecer en las paradas difíciles. Por dejar todo en la cancha.


Homenaje a dos ídolos


Mayo es el mes de cumpleaños de mis dos ídolos: el Guille y Garrafa.


El mellizo Barros Schelotto anda todavía haciendo de las suyas por el Norte. Antes de hacer lo que todo futbolista hace hoy en día, pensar en la plata, el mellizo se encargó de regalarnos años de esfuerzo, gambeta, gol y corazón. La dupla con Palermo en el 98. Los goles a River en la Bombonera. Los tres goles contra Paysandú. El centro contra el Milan. Pero, por sobre todas las cosas, un compromiso con los colores que muy pocos llegan a tener.


Y el Garrafa. José Luís Sánchez. Un pícaro duende de la cancha que a trote lento, mágico, inteligente, regaló sonrisas en el sur, en Banfield. El Taladro le debe mucho. Sin ir más lejos, hoy está en la “A” gracias a aquel campeonato donde Garrafa hizo de las suyas para desbaratar a las defensas rivales. Aquel partido en Córdoba, aquella semifinal memorable contra Instituto. Y las finales con Quilmes. Un maestro. Un maestro que la desgracia nos arrebató demasiado pronto. Pero al que la memoria jamás dejará ir.


El Guille y Garrafa. Ídolos. Símbolos de un deporte extraordinario. No hacen más que certificar algo: al fútbol no se lo explica, se lo siente.


Guillermo Barros Schelotto – 4 de mayo de 1973

José Luís Sánchez – 26 de mayo de 1974