lunes, 15 de diciembre de 2008

Callaron al poeta

Sí, yo lo vi todo. Tengo por costumbre salir al patio para limpiar el mate una vez que se termina el agua, es religioso, lo aprendí de mi padre y él de mi abuelo. Yo lo vi todo, sí señor. Aún me cuesta pasar por el Anfiteatro y decir su nombre: Manuel Antonio Ramírez. Yo lo vi morir.


Hace ya de esto muchos años, no recuerdo cuántos. Ya estoy viejo, ustedes comprenderán. Pero lo que sí me acuerdo latente es el grito desesperado del poeta, ¡cómo no recordarlo! Fueron tres balazos limpios, eficaces, mortales. Yo vivía enfrente a la casa de Ramírez, ahí por 3 de Febrero casi La Rioja. No éramos muy compinches, no por haber una mala relación, sino porque mi trabajo me tenía todo el día afuera y cuando volvía a la noche sólo quería irme a dormir. Pero hemos pasado algunas tardes de sábado mateando. Era un buen tipo. Bah, no sé, no lo conocí mucho, ya les digo, pero siempre se dice de los muertos que eran buenas personas, así que seguramente lo era. ¿Que cuántos años tenía cuando lo mataron? No, no, disculpen, no me acuerdo.


Sí me acuerdo que ese día hacía mucho calor. La cosa fue cerca del mediodía creo, les digo porque yo salí al patio para limpiar el mate de la media mañana, que ese día se me había pasado un poco en el horario si no me equivoco, porque ya mi patrona estaba terminando de cocinar las milanesas. Mi patio da a 3 de Febrero, así que vi cuando Ramírez se paró de su hamaca paraguaya y empezó a caminar para La Rioja. Creo que yo extendí la mano para saludarlo, pero él no me vio. Lo cierto es que yo presentí que había algo raro, ¿vieron cuando uno siente que en la atmósfera hay un no sé qué, como que alguna cuestión no termina de encajar? Bueno, así me sentí yo. Creo que el rostro de Ramírez me transmitió esa sensación, tenía arqueadas las cejas, su andar era como cuidadoso, como si él también sospechara que algo no estaba bien. Y pasó lo que pasó.


Me habían comentado que andaba haciendo cosas que no se deben, yo no me metí porque no suelo entrometerme en la vida ajena. Pero lo confirmé cuando lo mataron: “cuestión de polleras” se dijo en el barrio. Y sí, esas cosas suelen terminar mal. Yo, como les comenté, preví que algo no andaba bien, así que me acerqué hacia la ventana de mi pieza para chusmear. Mi ventana da a la calle Rioja, casi en la esquina con 3 de Febrero. Yo lo vi, lo vi todo. Ramírez llegó hasta la esquina y lo vio al tipo con la pistola en la mano, ¡cómo se le transformó la cara! Se comentó después que el tipo del arma era la propia víctima de la deshonra, el del sombrero digamos. Me acuerdo latente y se me pone la piel de gallina.


Yo, cuando vi el arma, me quedé atónito, sin saber qué hacer: gritar, correr, abrir la ventana y no sé qué, estaba duro. Fue entonces cuando Ramírez se dio media vuelta y empezó a correr hacia el pasillo de la casa que estaba en la esquina, pero no corrió mucho. El otro tipo sacudió tres disparos letales, que se incrustaron en la espalda y arrojaron al poeta al suelo. Fue todo tan rápido, que no pude reaccionar sino hasta que entró mi patrona gritando acongojada “¡Mataron a Ramírez!, ¡le acaban de disparar!”. Pronto la esquina de Rioja y 3 de Febrero se llenó de vecinos sorprendidos que rodeaban el cuerpo inerte del poeta sobre los escalones que daban al pasillo. Fue tan sorprendente como rápido. En un abrir y cerrar de ojos habían callado al poeta.