lunes, 13 de octubre de 2008

Una particular discusión familiar argentina

Si bien se podía decir que era un domingo normal, como cualquier otro en el que Alejandro preparaba el asado y Lucía las mandiocas fritas y las ensaladas para cuando llegase el resto de la familia, esa jornada era especial. Es que iba a ser el primer asado del domingo con un integrante más en la casa. El pequeño niño había llegado al mundo seis días antes y tras haber sido depositario de pellizcos, paseos por los pasillos de la clínica, suspiros, fotos, etc., ahora se disponía a vivir la primera comilona de su vida con sus papás, tíos y abuelos.

El curso de los preparativos iba como de costumbre, hasta que llegando las 11 sonó el timbre. Lucía miró por la ventana y se sorprendió al ver llegar tan temprano a sus suegros y su cuñado Norberto, el hermano menor de Alejandro. Su marido tampoco entendió bien el por qué del arribo tan presuroso de sus familiares (por lo general llegaban casi sobre el mediodía) pero rápidamente fue a abrirles.

-Eh, ¡hola Ma! ¿Qué hacen tan temprano por acá?

La mirada de su madre evidenció disgusto. Era raro en ella pues solía ser la que más esperaba el asado de los domingos, siempre llegaba muy sonriente y con un postre debajo del brazo. Esa mañana el postre estaba allí, pero su sonrisa no. A paso veloz, y casi sin mirar a su hijo, les esbozó una frase:

-Son tu padre y tu hermano, ellos te van a explicar... Permisooo, ¡Luci!, ¿por dónde andás? ¿y dónde está mi gordito lindo?

El enfado de la señora se fue al instante en que se encontró con su nuera y su nieto en los brazos del ella. Alejandro volvió la vista hacia fuera y vio a su padre y su hermano parados con cara seria en la puerta.

-Ale –empezó el papá con voz hermética- vinimos antes que lleguen los otros porque queremos hablar algo muy importante con vos.
-¿Es muy malo?
-Sí –afirmó con dureza Norberto- por favor entremos que tenemos que hablar.

Preocupado, el anfitrión los hizo pasar al living. Se sentó en un sillón individual mientras los otros dos lo hicieron en el sofá que estaba en frentre. Sin más miramientos, su padre volvió a hablar, aunque esta vez mostrándose más bien preocupado:

-Hijo, decime: ¿ustedes ya inscribieron al nene en el Registro Civil?
-Sí Pa, el miércoles fui. ¿Te acordás que te había comentado que lo iba a hacer?

Su padre asintió con la cabeza y miró tristemente a su otro hijo. Norberto se acomodó un poco la remera, largó un soplido y se dirigió a su hermano:

-Ale, mirá, qué cagada...bue...ya está. Esteeee...bueno, te la hago corta: tienen que cambiarle el nombre al pibe.
-¿Cómo? ¿qué? ¿De qué están hablando? – preguntó Alejandro, que ahora había pasado de la incertidumbre a la confusión.
-Sí hijo – continuó el padre con una voz preocupada- lamento que no lo hayamos advertido antes. Es que no sabíamos que el bebé iba a tener dos nombres. Y de lo otro...bueno, de lo otro nos dimos cuenta ayer en la cancha de Mitre mientras estábamos charlando en el entretiempo.
-¿Qué es eso “otro”?
-¿Cómo se llama tu hijo?
-Por favor papá, ya te lo dije...
-Ale, ¿cómo se llama?

Alejandro ya se estaba impacientando. Evidenciando el malestar, contestó bruscamente:

-Ulises Carlos Rodríguez. Así se llama. ¿Me pueden explicar qué pasa?

Norberto golpeó el brazo del sillón con furia. Su padre le hizo un gesto para que se tranquilizara, pero él estaba fuera de sí y decididamente enojado empezó a escrutar a su hermano mayor.

-¿Me querés decir para qué mierda le pusieron Ulises? ¡Qué nombre más horrendo! ¿No se iba a llamar Carlos nomás?
-Eh, Beto, ¡tranquilizate un poco che! Sí, se iba a llamar Carlos nomás, pero a Luci le encantaba el nombre Ulises. Y bueno, llegamos a un acuerdo ahí mismo, en la clínica. La verdad que era lo justo, porque Carlos fue el nombre que yo había propuesto de entrada.
-¿Y por qué ese orden de nombres? – dijo Noberto, un poco más calmado.
-Porque Carlos Rodríguez hay miles, en cambio Ulises Rodríguez pocos. La verdad, qué se yo, tampoco le prestamos mucha importancia a eso.
-¡Grave error! ¡Grave error!

Norberto volvió a enfurecerse. Se paró del sillón y empezó a dar vueltas por la habitación. Alejandro no entendía nada. Miró a su papá, que había estado presenciando ese momento con un gesto de impotencia, y entonces éste trató de explicarle el asunto.

-Gorila Ale, gorila. ¡El nene te salió gorila!

Fue el colmo. Alejandro se enojó, había que hacer el asado y estos dos lo tenían ahí adentro sentado y diciéndole cosas incoherentes sobre su hijo recién nacido.

-¡Paren un poco! No entiendo nada, ¿qué es eso de gorila? ¿qué problema hay con que el primer nombre sea Ulises? Explíquense bien o sino me voy a hacer el asado
-¡Gorila! – volvió a hablar Norberto – radicheta, oligarca, ¡¡radical!! Tu hijo va a ser radical.
-¿Qué decís? Si en esta familia siempre fuimos peronistas.
-Por eso mismo. ¿No te fijaste acaso las iniciales del pibe? Ulises Carlos Rodríguez: ¡¡U.C.R.!!

Se hizo el silencio en la sala. Alejandro observaba boquiabierto a Norberto, que seguía parado y apoyaba una de sus manos en el marco de la ventana. Su padre, mientras tanto, movía nervioso las piernas.

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Los Rodríguez del barrio Rocamora habían sido peronistas históricos. Claro, antes de radicarse en Misiones Juan, tal en nombre del padre, trabajaba en un ferrocarril en la provincia de Buenos Aires. Al llegar Perón al gobierno, vivó la época en que el “General” y Evita (palabras sagradas en la familia) pusieron a funcionar las políticas públicas que favorecieron a los miles de asalariados humildes del país. De ahí su devoción por los pocos que, alguna vez, habían gobernado para los que menos tenían. Juan lloró con la muerte de Evita, odió a los “gorilas” que derrocaron a Perón en el ’55 y se entristeció al ver en qué se había convertido el movimiento en los ’70, cuando entre la guerrilla de izquierda y el fascimo lopezreguista de la Triple A descuidaron lo que más había promovido el General en sus inicios: “el pueblo, cagaron al pueblo” solía exclamar Juan con tristeza. Crió a sus hijos en Misiones bajo la tradición peronista que, entre otras cosas, incluye el no desaprovechar ninguna ocasión propicia para criticar a los eternos rivales, los radicales: “son unos gorilas oligarcas” largaba y después se reía, aunque también se daba la oportunidad para afirmar con sinceridad “Illia y Balbín, a esos sí, son los únicos radichetas que respeté en mi vida”.

Alejandro y Norberto, como no podía ser menos, también habían abrazado el peronismo fervoroso. Es más, Alejandro había formado parte del Centro de Estudiantes de su facultad dentro de la agrupación “Unión Juvenil Peronista”. Ahora, Juan estaba jubilado y seguía cotidianamente en los diarios cómo “estos caraduras van destrozando lo que queda del pobre Partido”, Alejandro trabajaba en un almacén y Norberto, tres años menor, estaba cursando las últimas materias del profesorado en Historia. Todos, afiliados al Partido Justicialista.

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En el living, había un clima espeso. Dos generaciones de amor al peronismo se veían amenazados por la llegada de un individuo que, sin siquiera imaginarlo, los ponía en jaque simplemente con las iniciales de su nombre.

-U.C.R. – repasó Alejandro en voz lenta, subrayando cada una de las letras.
-Exacto hijo, U.C.R. El nene te salió gorila.
-Es inconcebible, mi sobrino no puede ser radicheta, ni a palos. No Ale, no. Vos entendés, tienen que cambiarle el nombre al gurí.
Alejandro dudó unos minutos. Finalmente se paró decidido, miró a sus familiares (que ya empezaban a sonreír) y les habló:
-Ni en pedo.
-¿Cómo? – dijeron al unísono don Juan y Norberto, quienes evidentemente no esperaban esa respuesta.
-No che, no. Está bien que seamos peronistas, pero tampoco vamos a ser tan fanáticos. Obvio que mi hijo también va a ser peronista. Ja, ¡qué les parece! El día que se le ocurra venir con una remera de Franja Morada le doy una patada en el culo. Desde ya. Pero tampoco le vamos a cambiar el nombre porque las iniciales le dan U.C.R. Es el colmo.
-Pero Ale, ¿no te das cuenta? En cuanto se aviven, en la escuela, en la secundaria, en la universidad, ¡en el Partido! En cuanto se percaten de sus iniciales, primero se le van a cagar de risa, y después lo van a echar.
-Por favor Beto, no exageres.
-Sí Beto, te estás yendo un poco al carajo – intervino con seriedad don Juan- Pero igual Ale, sé que suena raro, pero, ¿no cabe la posibilidad de cambiarle el nombre?

Apenas hubo terminado de decir la pregunta, entraron Lucía y Adelia (la mamá de los chicos) al living. Hacía ya quince minutos que los hombres estaban ahí y habían escuchado gritos. Si bien Adelia sabía de la peculiar idea de su marido y Norberto (aunque aún no se la había comentado a Lucía), no imaginaba cómo reaccionaría Alejandro, por lo que ambas querían saber qué estaba pasando.

-¿Qué hacen Ale? En un rato van a caer mis viejos y todavía no pusiste la carne en la parrilla.
-Sí amor, ya sé. Es que surgió una discusión con...
-¡Tienen que cambiarle el nombre a su hijo, Luci! ¡Por favor! –suplicó Norberto,

Lucía lo miró extrañada y éste accedió a contarle la razón de su pedido. Con el correr de la explicación, el rostro de la joven se fue transformando hasta dar claras muestras de furia contenida. Cuando su cuñado acabó, Lucía observó a su suegro:

-Don Juan, usted no estará de acuerdo con las boludeces que acaba de decir Beto, ¿o sí?
-Ehh...y sí Luci, no te voy a mentir. Qué se yo, me conocés, para mí el peronismo es algo muy importante en mi vida...
-¡Pero por favor don Juan! ¡Cómo vamos a cambiarle el nombre a Ulises! Ustedes están locos. Ale, decime que vos no estás con ellos.
-No, no, no –si bien la respuesta fue inmediata, a decir verdad no sonaba muy convincente- No, este, o sea, quizás de haberme dado cuenta antes, le podíamos invertir el orden de los nombres.
-¡¡No lo puedo creer!! Ustedes están locos. ¿Se dan cuenta de lo que dicen?

Norberto estaba muy nervioso y la negativa de Luci lo sacó por completo de las casillas:
-Vos no entendés, eso es lo que pasa. No te das cuenta de lo que significa que el gurí sea radical.
-Pará Beto, no hables pavadas. Que las iniciales den U.C.R. no quiere decir que vaya a ser radical. Y, de última... qué se yo, no le veo el problema.
-¿Qué decís? –Norberto estaba rojo de ira.
-¡Qué no veo el problema! Les advierto que mi hijo no va a ser peronista así porque sí, eh. Él va a poder decidir cuando sea grande.
-Con más razón, con ese nombre va a ser radicheta.
-No digas tonterías. Además, no sé: Alem, Yrigoyen, Illia. El radicalismo por lo general fue de lo más respetuoso con las instituciones. Además, de no haber sido por ellos en el ’83 no sé hasta dónde hubiese durado la democracia...
-¡Dale, ahora decinos negros de mierda vos también! –soltó Norberto casi a punto de estallar- Vos te la das de zurdita, pero me parece que sos bastante gorila también.
-¡Cómo te atrevés! Mirá que Puerta, Menem, Rodríguez Saa, Kirchner, Macri, son peronistas y no son muy socialistas que digamos eh...
-Dale, dale, andá. Si ustedes nunca llegaron a nada. Andá a llorarle a la estampita del Che, a ver si algún día revive y les hace su famosa revolución.

Algo iba a volar en cualquier momento. Ya fuera una zapato, un cenicero, un vaso o el propio cuñado. Advirtiendo esto, y con la tranquilidad que caracterizaba a Adelia, alzó los brazos y dijo serenamente:

-Bueno chicos, bueno. ¡Bajen un poco la voz porque Ulisito está durmiendo che! Paren de discutir boludeces. A ver. Juan, Beto, dejemos que los chicos decidan qué hacer.

Los tres salieron del living. Lucía miró con los ojos en llamas a Alejandro, que largó un suspiro, alzó los hombros y la invitó a sentarse frente a ella.
Después de diez minutos, les pidieron a los invitados que volvieran al living. Lucía habló:

-Antes que nada, les pido disculpas por la reacción de recién.
-Sí, yo también Luci, la verdad que me fui al carajo...
-Está bien Beto, nos conocemos. Nunca nos vamos a poner de acuerdo. Todo bien.
-Bueno, ¿decidieron? -Preguntó impaciente don Juan.
-Sí –intervino Alejandro- No le vamos a cambiar el nombre a Ulises. Es una locura. Sé que es una cagada lo de U.C.R., pero bueno, ya está. Igual, capaz que para cuando sea grande ya ni siquiera existan los radicales.

Juan y Noberto largaron la carcajada, mientras que Adelia y Lucía atinaron a expresar su disconformidad por lo inapropiado del chiste en ese momento. Todo estaba dicho y ya no había vuelta atrás. Norberto, como era previsible, era el que menos conforme había quedado, pero supo aceptar la decisión. Y antes de que dejaran el living, el tío arrojó una última expresión:

-Lo que sí, les advierto eh: ¡¡el pibe va a ser hincha de Boca!! Gorila puede ser, pero gallina no lo acepto ni en pedo.