miércoles, 21 de abril de 2010

Charla con Daniel Maza

El año pasado el gran bajista uruguayo Daniel Maza visitó Posadas para regalarnos su música junto a unos músicos extraordinarios que lo acompañaron.

En un momento de la tarde, antes de la prueba de sonido, Maza se hizo un tiempito muy gentilmente para nosotros y estuvimos charlando aproximadamente durante cuarenta minutos.

La entrevista entera salió en "Se Nos Cayó el Invitado" (FM Universidad, 98.7 Mhz.), pero aquí les dejo algunos fragmentos.

Claro está, esto no habría sido posible sin la ayuda de los organizadores y, sobretodo, la tremenda buena onda del uruguayo. ¡Una masa!

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lunes, 8 de marzo de 2010

Estaba todo fríamente calculado

Estaba todo calculado. Ahora que lo miro con el paso del tiempo, no puedo más que reafirmar que el plan era perfecto. La fuga de la fábrica iba a poder ser posible sin que nos descubrieran, sin perder nada, sin muertos. Pero algo falló, todavía no sé porqué, pero falló. Recuerdo que cuando empecé con la idea de irnos de aquel infierno, los muchachos me miraban raro. ¿Pero qué querían? ¿quedarse trabajando toda la vida en ese lugar horrendo, oscuro, opresor? “Mardinand Company”, me acuerdo patente que se llamaba. Creo que el dueño era alguno de esos gringos que llegaron a finales del siglo XIX. Nosotros éramos pibes, recién salidos de la escuela y sin nada para hacer. Nos habían vendido el cuento de que nos darían casas cerca de la fábrica, que si bien trabajaríamos en doble turno, respetarían los momentos de descanso, que ganaríamos bien, etc., etc. Pero todavía recuerdo el primer día como si fuera ayer, lo tengo guardado en la cabeza y no se me va a ir más. Llegué en colectivo junto con otros tres pibes, tendríamos alrededor de 19 años cada uno. Yo estaba bien empilchado, imagínese, sería mi primer laburo. Al pararnos frente a la entrada, me acuerdo, me recorrió un escalofrío, como avisándome de lo que vendría, pero yo no le di ni pelota. Un tipo alto, de mirada ruda, con voz gruesa, nos recibió y nos hizo pasar. Era un predio enorme, uno entraba y se encontraba con decenas de pequeñas habitaciones a los costados. Primera mentira: no eran casas, sino habitaciones, las que nos darían. Unos metros más adelante, nos topamos con un pequeño edificio de cuyas ventanas salía olor a mate cocido: era el comedor donde todos los obreros desayunaríamos, almorzaríamos y cenaríamos.

Y recién después apareció la fábrica propiamente dicha. Se erigía altiva, amenazante, con una chimenea que emitía un humo espantoso y una fachada desoladora que transmitía soledad. Pero lo que más me impactó fue algo que nunca me hubiese imaginado que podía existir: El Observatorio. Resulta ser que estos tipos, fíjese la maña que se daban para no perder ni un centavo, habían construido una especie de cubículo en la parta alta del interior de la fábrica y desde allí controlaban todo. Yo no sé bien cómo funcionaba, pero la cosa era que uno veía una sombra constantemente, es decir, se sentía controlado todo el tiempo, pero en realidad nunca sabíamos con certeza si había alguien allá arriba. Creo que nunca me voy a olvidar lo que me dijo aquel tipo rudo cuando le pregunté por El Observatorio:

-Usted está aquí para trabajar y nosotros vamos a asegurarnos de que así sea. Nada de lo que haga se nos pasará por alto. Nada.

Y sin más, se retiró.

Al mes y medio ya estábamos podridos, yo y seis muchachos más con los que compartíamos las tareas. Trabajábamos a destajo, nos pagaban miseria y sólo podíamos salir del predio los domingos. Para colmo, en cuanto nos poníamos a charlar un cacho durante el horario de trabajo, pero ojo, no le digo a las 8 de la mañana eh, sino supongasé cerca de las siete de la tarde, después de rompernos el lomo todo el día, bueno, nos poníamos a charlar un poco y se escuchaba por unos altoparlantes una reprimenda al “Sector F”, que era el nuestro y que debería quedarse media hora más. Entonces, nos pusimos de acuerdo con los muchachos y en un momento de recreo fuimos a plantearle al supervisor nuestra situación. Hortensio Morales me acuerdo que se llamaba el tipo. Lo fuimos a ver a su oficina, cuando le caímos nos miró con una cara de culo que mejor nos hubiésemos retirado, pero no, nos quedamos y encima yo tomé la palabra:

-Buenas tardes don Hortensio. Mire, junto a los muchachos queríamos venir a plantearle unas inquietudes. Esperamos no se lo tome a mal.

A decir verdad, el tipo parecía macanudo. Sus primeras palabras nos relajaron un poco:

-Muy bien, tomen asiento. A ver, cuentenmé, ¿qué ocurre?

-Verá. En las últimas semanas hemos estado trabajando más tiempo del que habíamos acordado en el contrato y no nos están pagando esas horas… - en ese momento saltó el Zurdo, al que no le decíamos así por su discurso anarquista, sino porque efectivamente era zurdo, pero en fin, saltó y medio que complicó las cosas:

-¡Sí señor! Y encima ni siquiera nos pagan lo que nos habían prometido en un principio. Al momento de firmar el contrato nos bajaron trescientos pesos el sueldo.

Yo veía que la cara de este Morales de a poco se iba desmacanudizando, digamos. Ya no sonreía como un nabo al menos.

-Además – aportó el Oso Peralta- son bastante rígidos. Con todo este tema de El Observatorio, por ejemplo el otro día fíjese que nos pusimos a charlar dos minutos, para descansar, y ya saltaron como leche hervida diciéndonos que deberíamos quedarnos una hora más.

-Respetar el contrato es lo que quieren –dijo súbitamente este Morales, que parecía macanudo. Parecía. – Muy bien caballeros, ustedes quieren que se les respete el contrato y así será. Pero como supervisor les voy a decir que únicamente se les respetarán las últimas dos cláusulas del mismo.

Nosotros nos empezamos a mirar desorientados. Yo me acuerdo que me le acerqué al Zurdo y en voz baja le pregunté:

-¿De qué está hablando este tipo?

-¡Qué se yo! ¿Vos viste lo que era ese contrato? Era un choclo, yo firmé nomás.

-El contrato, señores, –dijo este hijo de puta con una cara de cínico que me la acuerdo y me retuerce el estómago- tiene 88 puntos. Pero la supervisión ha decidido respetar los últimos dos. Aquí están, léanlos.

Sacó un contrato de un cajón, buscó la última página y se la dio a Ricardo para que la leyera:

-“El abajo firmante acepta que el supervisor correspondiente podrá realizarle alguna modificación a las condiciones laborales anteriormente descriptas, según lo considere conveniente para el bien de la empresa y de la convivencia en el predio.”

-Hijos de puta – largó el Zurdo por lo bajo, pero creo que Morales lo escuchó aunque se hizo el boludo.

-“Por último, el abajo firmante acepta permanecer en el predio trabajando en la fábrica por el término de un año, sin excepción, pudiendo ser duramente castigado en caso de no cumplir con esta condición.”

-¿Qué quiere decir con “duramente castigado”? – preguntó Tato, tan sorprendido como el resto.

-Prisión. – Fue la única respuesta de Morales. Que después siguió informándonos la que nos esperaba por ir a quejarnos. – Ahora bien, su supervisor, es decir yo, ha decidido hacer un pequeño cambio. Viendo que son tan unidos y compañeros, van a compartir la misma habitación.

Nuestra sorpresa fue mayúscula. Éramos una banda y las piesas eran chiquitas, ¿a dónde nos quería meter este tipo?

-Pero, como obviamente las piesas son poco adecuadas, entonces les asignaré el Sector L.

-¿Cómo dijo? – le pregunté preocupado - ¿Ese no es el sector que habilitaron el otro día, al que todavía le faltan las máquinas?

-En efecto, en vez de máquinas van a ir ustedes, allí les pondremos unas camas cuchetas y una mesa, así podrán dormir y comer dentro de la propia fábrica. Ah, y otra cosa, deberán comprender que los domingos también trabajarán, para compensar la inutilización a la que ha pasado a quedar el sector L.

-¡Eso es inhumano e injusto! – dijo el Zurdo con los ojos desorbitados.

-Solamente estoy respetando el contrato, como me lo pidieron. –cerró Morales, que acto seguido se fue, dejándonos solos en la oficina, mirándonos desconsoladamente.

A las dos semanas ya teníamos planeada la fuga. Más que una prisión eso ya parecía una cárcel, así que decidimos que no soportaríamos tal locura. Estaba todo fríamente calculado, como se dice. La decisión del momento de la fuga nos había llevado toda una discusión, algunos decíamos que a la noche sería mejor, pero otros sostenían que lo conveniente era en pleno momento de laburo, cosa de que hubiese mucha gente y mucho alboroto. Pero fue la visión aguda de Tato la que nos permitió definirnos:

-Yo digo que tiene que ser entre las 12.30 y las 12.35. Ese es el momento en que no hay nadie en El Observatorio.

-¿Cómo estás tan seguro? – preguntó en su momento el Tano Ricciotti.

-No sé antes o después, pero seguro que a las 12.30 hay un cambio de personal. Estos días estuve mirando cuidadosamente y justo a esa hora la sombra que vemos allá arriba desaparece unos segundos y después vuelve. Es decir, cambian de persona.

-Pero de persona cambian, igual nos van a ver. – objetó el Zurdo.

-La cosa es que no cambian de persona, sino que ponen un muñeco o algo así. Si se fijan, a las 12.35 también vuelve a desaparecer por unos instantes la sombra.

-¡Qué quilombo Tato! A ver si te explicás mejor. – dijo impaciente el Tano.

-¿Ustedes recuerdan cuando almorzábamos en el comedor? Morales entraba con nosotros y se sentaba en la mesa de supervisores. Pero siempre para las y media se retiraba cuando caía el otro supervisor, Arzubialde.

-Sí, porque no se pueden ni ver. Si todos comentan que entre los dos compiten para ver quién queda mejor parado ante los dueños de la fábrica. – tiró con su voz grave y resonante el Oso.

-No Oso, no. Se pasan la posta de la vigilancia. Yo creo que a las y media Arzubialde pone el muñeco, se va a al comedor y es reemplazado por Morales. Durante esos cinco minutos no hay nadie. Bueno, sí, el muñeco.

El argumento de Tato parecía razonable, pero aún así no teníamos certezas. De todas maneras, decidimos rajarnos al mediodía. La cosa era ¿cómo? Y allí fue donde el Zurdo y el Tano se las ingeniaron para pensarla. Y la pensaron bárbaro: Tato sería el encargado de avisar cuando ponían el muñeco, entonces Ricardo, el Tano y yo nos encargaríamos de juntar todos los bolsos mientras el Oso y el Zurdo salían corriendo rumbo al Sector B, donde estaban las máquinas más grandes con sus cableríos, para generar un cortocircuito y que la fábrica quedase a oscuras. Ahí sería el momento en que nos tomaríamos el raje por una de los ventanales, a donde Tato ya habría puesto la escalera del Sector C. Todo en cinco minutos, era un plan preciso, complicado y nosotros evidentemente estábamos en pedo. Pero qué se nos podía decir, vivir ahí era un infierno y decidimos arriesgarnos. Eso sí, había un detalle fundamental, se tenía que hacer un día de lluvia o muy nublado, cosa de que la luz del día no nos delatara tanto.

Mirá Turco!, llueve como la concha de su madre. El Tata Dios quiere que hoy nos tomemos el raje. – Me dijo sonriente el Oso esa mañana, unas semanas después de que habíamos pautado el plan. La noche anterior habíamos visto la tormenta asomarse, con relámpagos y todo, y habíamos decidido que si llovía, nos escaparíamos. El Zurdo, me acuerdo, ya estaba despierto desde las cinco de la mañana, haciendo como que leía, pero en realidad estaba más nervioso que nunca. Pobre Zurdo. Mientras desayunábamos en la mesita que teníamos, nuestras miradas delataban la complicidad de la fuga, más allá de que hablábamos de boludeces para que no se avivaran.

Llegadas las doce, todos los miramos a Tato, que nos guiñó el ojo y se colocó en una posición, según él, perfecta para ver el relevo en El Observatorio. Esa media hora fue feroz, interminable. Cuando el reloj marcó las y 29, todos volvimos a mirar inquietos a Tata, que de reojo miraba al techo. 12.30: nada. 12.31: ¡nada!

-¿Y Tato? ¿qué carajo pasa? – soltó desesperado por lo bajo Ricardo.

-Nada, qué se yo, no cambian. La puta madre… - dijo transpirando. - ¡Pará, pará! ¡Ahí está! Acabo de ver mover la sombra. Es ahora o nunca.

Y salimos todos corriendo. Yo me acuerdo que largué las herramientas y me fui al sector a buscar los bolsos. Ya habíamos dejado las ropas y algunas cositas medio ordenaditas pero afuera, cosa de poder agarrarlas y meterlas rápido. Al cabo de unos segundos, estábamos los tres con los bolsos listos, el Tano, Ricardo y yo. De pronto se escuchó una explosión y la luz se cortó.

Vamos carajo! –le oí gritar al Zurdo a lo lejos. Pobre Zurdo, habrá sido allí cuando lo agarraron.

Yo no sé lo que pasó, ni qué falló. Todavía me pregunto si fue el Tato el que habló giladas con lo de las sombras, si fue que alguien nos descubrió o si alguien nos buchoneó, cosa esta última que dudo. Lo único que sé es que cuando fuimos hasta el ventanal, la escalera no estaba, ¡no estaba la escalera de mierda! Tato llegó corriendo con una cara de susto que no me olvido más:

-La sacaron de acá. No está la escalera. ¡Justo hoy se la tenían que llevar!

Y nos agarraron a todos. El turro de Morales para ese entonces ya estaba en El Observatorio y al instante llamó a la cana. Nos comimos el resto del año en la comisaría del pueblo por intento de fuga. Después nos largaron, sin nuestras cosas, por supuesto. Quejarnos no pudimos, porque nos habían empaquetado con las dos cláusulas famosas del contrato. A parte éramos pendejos y lo único que queríamos era volver con nuestros viejos. Eso sí, al Zurdo no lo vimos más, pobre Zurdo. Creo que lo hicieron cagar por anarquista, no por zurdo.

viernes, 5 de febrero de 2010

Entrevista a Gillespi

Lo prometido es deuda. En octubre de 2009 Gillespi visitó Posadas y dio un recital espectacular donde nos deleitó con su mágica trompeta, junto a esos tremendos músicos que lo acompañaron.

En aquella ocasión, gracias a su buena onda tuvimos oportunidad de dialogar con él para el programa "Se Nos Cayó el Invitado" (Viernes 20 a 22 hs. por Fm Universidad) y aquí les dejo algunas partes de la charla.

Espero que la disfruten.

¡Abrazo!

http://Magaica.fileave.com/01-Su%20primer%20disco%20y%20el%20humor.mp3

http://Magaica.fileave.com/03-La%20trompeta%20y%20su%20libro.mp3

http://Magaica.fileave.com/04-El%20público%20de%20jazz.mp3